CONFERENCIA SOBRE EL
POETA RUSO MAIAKOVSKI DICTADA EL 23 DE OCTUBRE DE 2018 EN LA FUNDACIÓN RODNEY
ARISMENDI (MONTEVIDEO, URUGUAY).
MAIAKOVSKI:
POESÍA, PASIÓN Y REVOLUCIÓN
PROF. ANDREA ARISMENDI
MIRABALLES
Las primeras veces que
tuvimos contacto con Maiakovski fue en las lecturas universitarias o mientras
cursábamos asignaturas como Literatura General o Corrientes Literarias en el
Instituto de Profesores Artigas. En ellas, como materia central de estudio,
aparecían las vanguardias artísticas del siglo XX. Era ineludible leer los
llamados “manifiestos” de cada una de las corrientes estéticas que acompañaron
los cambios culturales de, por lo menos, las primeras dos décadas del siglo. El
escritor que hoy homenajeamos, por el evidente peso cultural, social que tuvo, y
por el indudable valor literario como representante del futurismo ruso, era inexcusable.
Actor, dramaturgo,
cineasta, poeta, aventurero… Maiakovski concentró en sus breves 36 años una
producción tan amplia que llega a sorprender, menos por su volumen que por su
coherencia, madurez, originalidad. No hay que olvidar que los primeros años del
siglo fueron los que vislumbraron el agotamiento de las formas y de las
corrientes literarias decimonónicas: el realismo, el simbolismo, el
naturalismo; pero también dieron lugar a las nuevas, como el acmeísmo, que
exaltaba la sencillez de los ideales clásicos heroicos, la combatividad, la
virilidad. Dice Mario de Micheli que lo que se “quebró” fue la unidad
espiritual de los siglos anteriores. Paradójicamente, son esas últimas
corrientes las que, retomando el impulso romántico de mediados de siglo XIX,
dan lugar a un populismo revolucionario con nuevos valores, algunos fueron el
apego a la tierra y a la tradición, así como a la defensa de las clases
populares. Si bien en sus comienzos los
ideales revolucionarios no tuvieron nada que ver con los de los jóvenes
artistas, e incluso hubo momentos de rechazo a la incidencia de las artes en la
realidad, en los años previos a la revolución, estas se hicieron mayor eco de
la agitación que se vivía en los ambientes políticos y sociales. El arte se va
acercando al pueblo; es cada vez más praxis y menos misticismo –como los
simbolistas lo consideraron-.
En “Una bofetada al gusto del público”, manifiesto del futurismo ruso de
1912, uno de cuyos remitentes fue Maiakovski, se invita a un quiebre radical
con el pasado literario reciente: “El pasado es estrecho. La Academia y Pushkin menos comprensibles
que jeroglíficos”, afirman, además de sugerir la ruptura con el lenguaje de la
poesía más tradicional, como innovación paradigmática, adhieren a la novedad
expresiva y también performática.
Surge así el futurismo
ruso, un poco más tardío que el italiano, cuya fecha fundacional canónica es el
año 1909, con valores similares, como la exaltación de la máquina, de la
velocidad: “un automóvil que ruge, que parece
correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”, escribe
Marinetti, proponiendo con esa imagen tan contemporánea, el cambio radical de
paradigma, de la estética, del concepto de lo bello, tema central y prioritario.
El arte clásico, ecuánime, perfecto, ya no puede competir con las nuevas formas
que la industrialización, la ciencia y la técnica han aportado a la cultura.
Por supuesto que Maiakovski reivindica estos valores, pero desde otra mirada,
orientada claramente hacia lo social. La literatura debía estar al servicio del
hombre de la calle. Por ello (o para ello, tal vez) integró el habla coloquial
en sus obras. “Para entender correctamente la ordenación social, el poeta debe
estar en el centro de las cosas y de los acontecimientos” sostiene. Difiere en
la exaltación de la guerra y de la violencia, que tanto acarició Marinetti y
que también se convirtió en una postura vital. Este es uno de los conceptos que
nunca podrá compartir con él y los llevó al enfrentamiento. Por cierto, y
retomando lo dicho anteriormente sobre la postura performática de los artistas
de vanguardia, no olvidemos que uno de los gestos artísticos de Maiakovski fue intentar
confrontar públicamente a Marinetti, el fundador del futurismo italiano,
durante su visita a Rusia, siendo desairado en plena conferencia, ya que el
italiano no entendía el idioma, por lo que se le pidió que hablara en francés,
idioma que tampoco dominaba Maiakovski, así que se dio una escena digna de una
comedia de situaciones. Uno retirándose festejado, aunque sin poder comunicarse
y el otro, abucheado sin comprender el por qué. Tampoco hay que olvidar la
“Primera actuación en Rusia de los Creadores del lenguaje”, donde desde el
escenario atacaban al público arrojándoles té hirviendo.
Lo cierto es que este
artista representa el espíritu vanguardista en todas sus aristas. Fue
provocador y exhibicionista, aunque algunos de sus amigos lo definieron como
extremadamente tímido en su vida cotidiana. Transmitió su rebeldía, pero
también su tristeza transformada en lirismo. Tal vez fue la Revolución la que
le ofreció la posibilidad de superar y canalizar su energía hacia una finalidad
más elevada. Intentó entonces subordinar su obra al credo revolucionario.
Shklovski, amigo y teórico del formalismo ruso, escribe en su obra titulada
solamente Maiakovski
que toda la obra de este poeta, toda su vocación, nace de la angustia. La
desazón moral, las necesidades económicas, la cárcel en 1910 (tenía 17 años) por
su compromiso bolchevique, van moldeando su personalidad, madurándola. “Un gran
poeta –dice Viktor Shklovski- nace con las contradicciones de su tiempo, conoce
antes que los demás las desigualdades de las cosas… No veía la luna como un
camino resplandeciente sobre el mar. Veía al arenque lunar y creía que estaría
muy bien acompañarlo con un pedazo de pan”. Fue la voz que recitó ante los
obreros, los estudiantes, los campesinos, los soldados del Ejército Rojo, con
una intención clara: fundirse con ellos: “alabo a millones, creo a millones,
canto a millones” dice en su poema “150.000.000”. Tal vez por ese deseo, Troski
dijo que Maiakovski era “maiakomórfico”: es él mismo quien puebla las plazas,
las calles, los campos de la revolución. Nadie se le parece en la literatura
rusa. Jakobson, Shklovski, sus contemporáneos, Esenin, todos vieron en la
autenticidad de su palabra lo que el verso ruso no había logrado hasta ese
momento, una diferencia “cualitativa”, una personalidad original, única:
“Quiero reflejar simplemente al hombre, al hombre en general, pero no una
abstracción de los Andreev, sino un auténtico Iván, que mueva las manos, coma
sopa de col y se haga sentir”.
AMÉRICA o Mi descubrimiento de América es un
diario de viajes, una especie de crónica de aventuras por Cuba, México y
Estados Unidos durante el año 1925. Es una obra que recomiendo con entusiasmo
porque ahí están muchos de sus juicios sobre la sociedad de consumo, pero
también la sorpresa ante la población americana autóctona y las distancias
económicas entre clases. Se asombra al ver a los indígenas, de ver a los
obreros, de ver su pobreza, su sometimiento, su concepto de lo que es el
trabajo. Por supuesto que hay lugar para el arte, para la poesía, para el
teatro, para la pintura.
A Maiakovski le
asombra todo lo nuevo. Intenta moderar su idealismo, literario, foráneo, para acusar
la realidad y mostrarse a sí mismo, ante tanta evidencia, sus propios
prejuicios, pero también va confirmando el creciente dominio de un país. Cuando
llega al puerto de La Habana la va describiendo minuciosamente: “Detrás se
encuentra la inmunda zona portuaria, llena de tabernas, burdeles y frutas
podridas… Sobre el fondo verde del mar, un negro de color azabache con un
pantalón blanco vende pescado carmesí… La otra zona la forman sociedades
limitadas mundiales de tabaco y azúcar, con decenas de miles de negros,
hispanos y obreros rusos. Y en medio de las riquezas, el club estadounidense,
Ford, Clay, Bock, de diez plantas: las primeras señales visibles del dominio de
los Estados Unidos sobre las tres américas…. Todo lo que tiene que ver con el
exotismo antiguo es pintoresco, poético y poco rentable… Todo lo relacionado
con los estadounidenses está montado con eficacia y bien organizado.”
Cooper, el escritor de
“El último de los mohicanos”, le había dejado una imagen de los indígenas
americanos sublimada, poetizada; imagen que no logra identificar con la miseria
con la que choca. “Cientos de personas diminutas con sombreros… chillan y
extienden las manos hasta la segunda cubierta… Se trata de porteadores, que se
pelean entre ellos por las maletas y parten doblados por la enorme carga.
Vuelven… y se ponen otra vez a mendigar… ¿Dónde están los indios? Le pregunté a
un hombre… Estos son los indios, contestó… estaba estupefacto, como si delante
de mis narices transformaran a pavos reales en gallinas”. Se topa con tipos
humanos novedosos, ignorados, y con costumbres inesperadas. Por ejemplo, en
México conoce a Diego Rivera. Sostiene que los mexicanos son hospitalarios: no
le dicen “ahora sabe dónde vivo” sino “ahora sabe usted dónde tiene su casa”.
Contrasta esta gentileza con su visita a Estados Unidos, donde no pudo llegar
por barco, así que atravesó la frontera desde México. Se da otra confusión con
el idioma y lo detienen. Se repite aquella confusión que se había dado con
Marinetti cuando le ofrecen un intérprete y pide uno del francés, idioma que,
como recordarán, no hablaba. Por supuesto que no consigue comunicarse así que
debe esperar a otro intérprete en su propio idioma. Una vez que obtiene su
visado, recorre algunos estados, como Chicago o Nueva York. “Los Estados Unidos
se han apoderado del derecho a llamarse América por la fuerza… con sus dólares
infundiendo terror en las repúblicas y colonias.”
Coolidge, el
presidente norteamericano, formalizó en uno de sus decretos el nombre
“americano” como exclusividad para los estadounidenses. Por eso uno de los ejes
temáticos centrales de este diario o crónica es el Intervencionismo: México
tuvo 37 presidentes en 30 años. “Los Estados Unidos son los máximos dirigentes
de México, han dado a entender, mediante sus acorazados y sus cañones, que el
presidente mexicano es un mero cumplidor de la voluntad del capital
estadounidense.”
Por otro lado, admira
su arquitectura, sus rascacielos. Se asombra ante las fábricas, a las que llama
“imperios de treinta pisos”. Se conmueve ante un país que funciona como un
mecanismo de relojería en pro del capital. Se indigna, también, con la
deshumanización y el racismo, con la miseria, con las injusticias.
Uno de los casos que más
lo conmueve, es el de Vanzetti y su compañero, defensores de trabajadores,
condenados a pena de muerte, mientras los hijos de unos millonarios, asesinos y
torturadores confesos de un adolescente, son declarados inimputables. (Este
caso es el de Leopold y Loeb, veinteañeros millonarios que asesinaron de forma
premeditada a Bobby Franks de catorce en Chicago.) Es decir, situaciones
terribles, que nos recuerdan la angustia de otro vanguardista que llegó a Nueva
York y la contempló con admiración y miedo: Federico García Lorca, el poeta
español que hablaba del “huracán de negras palomas que chapotean en las aguas
podridas” de las calles newyorkinas, de la falta de esperanzas, de las monedas
que “taladran y devoran abandonados niños”. Por supuesto que, dentro de tanto
horror, hay un montón de anécdotas divertidas, que definen también nuestro
espíritu americano que tiene su sonrisa en medio de la resignación, como la de
un poeta, hermano de un comerciante que le cuenta que lo colocaron de mesero,
porque siendo poeta “claramente es un inútil”.
En fin, destaco que lo
fundamental, es hacer evidente, manifiesto, el crecimiento insensible y
aplastante de Estados Unidos como potencia: “Solo durante mi corta estancia de
tres meses, los estadounidenses agitaron su puño de hierro delante de las
narices de los mexicanos en relación con el proyecto de nacionalización de su
propio subsuelo inalienable, enviaron tropas para ayudar a un gobierno que el
pueblo venezolano intentaba echar fuera, le hicieron insinuaciones inequívocas
a Gran Bretaña de que en caso de impago de las deudas, el granero de Canadá
podría tambalearse, les desearon lo mismo a los franceses y, antes de la
conferencia sobre el pago de la deuda francesa, un día enviaban a sus aviadores
a Marruecos para ayudar a los franceses y al otro día, de pronto, tomaban
partido por los marroquíes y revocaban a sus aviadores por razones
humanitarias.”
Las conclusiones a las que llega Maiakovski, son iguales de lúcidas. Es
un hombre que mira al futuro, que se piensa a sí mismo y a los demás en función
de los avances y sus posibles consecuencias: el futurismo de la tecnología
desnuda, del impresionismo superficial de humos y cables que tenía el gran
papel de revolucionar la mentalidad estancada, impregnada del mundo campestre,
ese futurismo primitivo está totalmente consolidado. Falta lo otro, educar,
formar, igualar; es un futurismo deshumanizado.
Para él los artistas,
en vez de dedicarse a la admiración estética de las escaleras metálicas contra
incendios de los rascacielos, deberían intentar resolver el tema de la
vivienda. Los poetas deben poder hablar, mover al mundo en los vagones de los
trenes en lugar de cantar el estrépito de los motores y de las máquinas. Se
pregunta, antes que por el avance tecnológico de Ford, por los efectos a
mediano plazo de sus fábricas y sus automóviles; literalmente: “¿qué hay que
hacer para que no contaminen el aire?”.
Hacia el final de su
vida, su obra terminó siendo un ataque evidente a los nuevos líderes comunistas
y a la burocracia estatal (“Los baños” de 1930) o también, una sátira a los
parásitos que acaban con los ideales revolucionarios (“La chinche” de 1928). Ignorado
o rechazado por sus contemporáneos, desmoralizado, acosado por algunos de los
sectores de su partido, habiendo fracasado su último drama (“Los baños”) se
suicidó. En “El caso Maiakovski”, Román Jakobson dice que su generación malogró
a los poetas. Él enumera a unos cuantos, jóvenes, enfermos o suicidas, que no
encontraron otra forma prevalecer inmortales que la de la muerte. “El poeta
debe acelerar el tiempo” fue uno de los principios vitales de Maiakovski.
“Y la muerte no se atreverá a tocarle, él está en el cálculo del futuro.
Los jóvenes escuchan estrofas sobre la muerte, pero en el corazón oyen:
inmortalidad”. (“150.000.000”.)
http://fundacionrodneyarismendi.org/home/maiakovski-poesia-pasion-y-revolucion-a-125-anos-de-su-nacimiento/
En las imágenes se puede ver el afiche del evento así como una fotografía con los otros expositores.