Presentación del libro "La tierra de los mil caballos" de Gabby de Cicco.
En el mes de marzo de 2018 presenté este libro de Gabby en un bar montevideano. Dejo algunos de los conceptos que traté ese día.
En la imagen, Liliana Ruiz (Baltasara Editora), Horacio Cavallo, Gabby de Cicco y Andrea Arismendi Miraballes.
El libro de Gabby de Cicco
podría ser definido como una cartografía de descubrimientos y transformaciones.
Es, en su conjunto lírico, una estructura compleja que interviene sobre las
imágenes y las palabras, que opera apropiándose de sus significados
tradicionales para alterar –casi siempre- sus connotaciones, yendo al origen
mismo de estas con la consciente voluntad de representar un cosmos personal,
donde se entrecruzan y superponen, además, la música, la literatura, el cuerpo,
la experiencia, los deseos, la muerte. Pero esto es solamente un corte oblicuo
que podemos trazar para la comprensión de un entramado poético que supera
nuestras lecturas y que Gabby ya había transitado en estos treinta años de creación
literaria. Ese movimiento de construcción y cambio se consolidó, como potencia
radical, en su libro anterior, Queerland,
en el que el sujeto lírico se ubica en los márgenes discursivos, sociales,
teóricos, literarios, para dotar a ese término, “queer”, de novedosos y
enriquecidos significados. Es que, como la poesía de De Cicco sostiene, (y cito
un poema del nuevo libro) “Estamos afuera de la sociedad/ “en los oscuros
patios de la bastardía”/ con la revolución danzando/ en nuestras lenguas”. Ahí
es donde se sitúa el yo poético para así
sublevar los límites que nos impone la palabra como contrato con la realidad.
El título, La tierra de los mil caballos, propone
un doble homenaje a Patti Smith, quien, por cierto, es una de las destinatarias
explícitas de la dedicatoria inicial. Por una parte, la clarísima referencia al
disco Horses (“Los caballos se trizan
como espejos/ en la pampa/ pero no suenan como horses. Horse/es más caballo/ es potro al viento/ de aliento
largo”), por otra, a una canción que aparece allí, La tierra de las mil danzas. Me detengo entonces un momento en los
aspectos más externos y visuales de este nuevo libro, que, por supuesto, nos
revelarán algo de sus contenidos. Destaco el hallazgo de la selección de la
carátula, donde aparece un detalle de una pintura rupestre, hoy denominada arte. Es una imagen donde se ven algunos
caballos y que, con certeza, se relaciona directamente con la praxis cotidiana
de aquellos hombres y mujeres del paleolítico; una síntesis iconográfica que
nos acerca a una de las maneras de encarnar lo cotidiano. El caballo es un
símbolo antiguo e integrado plenamente a la tradición literaria. Articula los
deseos exaltados, desbocados, desordenados, a veces terribles, a veces
maravillosos: “La sangre y los caballos corriendo/ como lava” o “Un mar de
ojos, cabalgando./ El fuego y el jadeo de un caballo desbocado”, o también,
“Ella se ríe rota por el fuego/ que sale de las narices de los caballos/ que la
persiguen de noche”. Es ese símbolo el que recorre de manera categórica la
geografía de este poemario y va acompañando el impulso hacia la construcción de
una personalidad única, que se encuentra, paradójicamente, en constante movimiento
y cambio. La hipérbole numeral, los mil
caballos, manifiesta esas contradicciones y atraviesa por diversas capas
este libro, guiándonos hacia una dispersión/concentración obstinada, a una
búsqueda interior que expone un corrimiento de los límites. La poesía de Gabby
es esa búsqueda cuyos límites no se agotan solo en lo evidente, sino que, una
vez establecidos, aparece allí como rebeldía, como transgresión, como oposición:
“Yo soy eso otro que se te escapa, cada fucking día./ Yo soy lo que te apela y
contradice. Yo soy lo otro,/ lo inabarcable. Lo indecible”.
La palabra poética es soporte y
punto de inflexión que se dispara en distintas direcciones. Lo indecible,
inclasificable, es eso a lo que el lenguaje refiere sin lograr nombrar
absolutamente. La palabra es anterior a nosotros, nos instituye y cataloga, nos
limita y arrasa, aunque también, a veces, nos libera. Pero parece que siempre
es insuficiente para revelarnos plenamente. Gabby De Cicco ha hecho de su obra
palabra viva en permanente edificación, mutable en sus bordes. Revoluciona,
quiebra la sintaxis, irrumpe y llama la atención sobre sí misma y su capacidad
de representación: “Todes nos haremos traficantes de armas./ Todes terminaremos
nuestros días/ con una pierna menos, con la fiebre alta/ del fastidio, del
desamor”.
Cuerpo y palabra son ejes
centrales en la obra general de Gabby, puntos de inflexión que antes destaqué y
que en esos versos aparecen claramente entramados. Puntos que aluden a la
búsqueda de la identidad, en este libro ya más afianzada, cuyo sentido es capaz
de intervenir en el “otro”, en un sujeto lírico destinatario de la palabra
poética, transferencia en la que también se lo evoca y crea, como el logos
primordial: “Quiero escribir sobre tu cuerpo/ un poema que nadie leerá (…)
Quiero escribir un poema/ que sea tu cuerpo desde ahora en más”.
La experiencia vital y la
muerte también tienen su espacio en esta obra. La experiencia como aprendizaje,
como aventura trascendental, en este caso y por necesidad, aparece localizada
en Nueva York, ciudad que es el paisaje de fondo, a veces personificado y
sexualizado, donde se desenvuelve el acontecer lírico. En el interior del libro
Gabby deja unas fotografías a modo de mapa. Allí es donde el yo se ubica y
reflexiona. Allí se mueve, también en los sórdidos bordes de una ciudad que, a
la vez que excluye, atrae, seduce: “No es amor lo que busca, si algo busca” o también
“El Hotel Chelsea, irreconocible,/ al borde de la noche”.
Para cerrar, diría que la
poesía de Gabby a la vez que construye un universo personalísimo, único, no
deja de lado, no olvida sus filiaciones. Filiaciones que son literarias y
musicales, pero también biológicas. Rimbaud, Ginsberg, los poetas del rock,
Patti, Kurt, Amy, el padre muerto, la prima desaparecida. Hay espacio para la
evocación y la denuncia; reviven por la palabra para recordarle que aún están
ahí: “Hay gente que muere de frío/ como aves que pierden el rumbo./ Yo las
cubro con palabras,/ el único bien que tengo”.
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